30 julio 2008

Carta a mis amigos australes (para un seminario sur).

A propósito de esta invitación a exponer mi pensamiento, hago la siguiente pregunta: ¿en qué está la arquitectura hoy? Esta pregunta es relevante en un mundo que cambia como nunca antes, vertiginosa e inexorablemente. ¿En qué puede aportar la arquitectura al mundo de hoy? Pienso que el modo de aplicar la inteligencia colectiva, de cómo funciona la sociedad (occidental al menos) ha cambiado, pues el fracaso de la aplicación de las ingenierías es evidente (con ingenierías me refiero a la forma que han tomado las reducciones de la observación de la naturaleza y el comportamiento medioambiental). Las fórmulas que derivan en métodos de acción y procedimiento -aparentemente creíbles por respaldarse en el paradigma científico- son calculables y se transforman en programas aplicables y métodos computacionales que hasta ahora son consideradas verdades puras. Sin embargo, ha quedado demostrado tras su fracaso que son reductivas y es imposible predecir sus impactos. Hasta ahora las aplicaciones de estas ingenierías han sido lineales, de manera horizontal o vertical, pero nunca en una tercera dimensión, un "eje otro" que la sitúe en una "inteligencia espacial", de crecimiento humano a través de la generación de plataformas. A continuación, algunos extractos del texto de Jorge Peña, publicado en Artes y Letras del Mercurio, el día domingo 27 de julio. "CIENCIA SIN CONCIENCIA"

(...) Existe una ceguera en bastantes científicos acerca de los problemas éticos de su actividad. Parecieran del todo indiferentes a toda consideración ética que no sea la ética del conocimiento y el respeto a las reglas del juego científico. Amparados en la clausura de su propia disciplina y en la inserción en equipos de investigación más amplios, se comprueba cierta irresponsabilidad para todo aquello que sea exterior a su dominio especializado.

(...) La sacralidad de la vida es hoy discutida por no pocos bioéticos y teóricos del Derecho. Norbert Hoerster o Peter Singer, entre otros, consideran que la máxima de la dignidad, es decir, el valor incondicional e indisponible adscrito a toda vida humana, se debe a "autoridades extracientíficas", es deudora de premisas metafísicas y está expuesto a prejuicios religiosos. Corregir esto, dicen, ha de hacer nuestra ética más justa y nuestro obrar más racional. Anselm Winfried Müller se enfrenta con lucidez a estas ideas y llega a la conclusión de que el valor incondicional de la vida no puede ser racionalmente deducido. Es más bien una premisa: es el fundamento de todas las valoraciones de carácter ético y la medida de su rectitud. Una ética que deje a nuestro arbitrio la vida humana inocente elimina las bases sobre las que descansa y sin ellas no puede haber una moral coherente.

Los derechos humanos no pueden ser fundamentados de una manera puramente racional. Fueron proclamados, y ello ocurrió sin apelar a procedencias metafísicas o convicciones religiosas (incluso con intención opuesta). Bastó la experiencia humana e histórica. Por lo demás, también la afirmación de que la vida humana tiene un valor relativo posee una base metafísica: no cabe afirmar realidad alguna más allá de la facticidad y racionalidad empírica, es decir, una fe cientificista. Parece que no existe discurso ético libre de todo presupuesto religioso o metafísico.

No hay comentarios.: